Egipto no sale de la zona de turbulencias políticas
iniciadas en 2011 con la caída de Hosni Mubarak de la presidencia del país bi-continental,
que últimamente no se ha recuperado de la inestabilidad reinante. A finales de
junio del año en curso un movimiento de protesta se formó en la plaza Tahrir
(libertad) en El Cairo, demandando la salida del gobierno de los hermanos
musulmanes. Sus demandas no siendo atendidas por los susodichos hermanos
musulmanes, los cuales entonces autorizaron el empleo de las fuerzas del orden
para normalizar la situación interna. No obstante el ejército tomó cartas en el
asunto, al poner un ultimátum el mismo día 30 de junio, avisando que si antes
del 3 de julio no existe en acuerdo que contemple tanto las demandas de los
ciudadanos en la calle como los puntos de partido en el poder. Mohammed Mursi,
quien no se dejó presionar hasta el último día, donde se vio apartado del poder
efectivo, con la suspensión de la constitución y el cese de sus funciones,
convertido en prisionero en paradero desconocido y recluido a un arresto
domiciliario desde entonces.
El hasta ese entonces ministro de defensa Abdul Al-Fatah
Al-Sisi se reunió el 3 de julio en la tarde con representantes de varias
organizaciones y formaciones de la oposición; sin embargo la no asistencia de
los Hermanos Musulmanes, y la caducidad de un ultimátum, al cual Mursi no
accedió hasta que éste cayó, llevó a Al-Sisi a tomar tres importantes medidas
de forma unilateral, decretó el fin del gobierno de Mohammed Mursi y de los
Hermanos Musulmanes, la suspensión de la nueva consitución en vigor desde 2012
y la presidencia ad interim bajo el
liderazgo del jefe de la Corte Suprema de Justicia Adly Mansour hasta nuevas
elecciones.
La caída fáctica de los Hermanos Musulmanes llevó a una fiesta y euforia en la plaza Tahrir por
tres días, lo cual aparentemente era la representación del pueblo que festejaba
la caída del presidente derrocado. No obstante las fuerzas de los Hermanos
Musulmanes se organizó en los mismos días para hacer protestas en la sede de la
universidad del Cairo y varias plazas aledañas a Tahrir, donde los
enfrentamientos con las fuerzas del orden fueron mucho más violentas, que con
los manifestantes de la oposición anti-mursi.
Desde entonces la formación de un gobierno dentro de este
caos se fue dando, con el nombramiento de Mohammed El-Baradei como
Vicepresidente, y como primer ministro Hazem Al-Beblaui, entre los más enigmáticos.
Es entonces que se estancó la situación en lo que hoy es un fuerza pro-mursi
que exige la restitución de la consitución y la reposición del presidente Mursi
de inmediato. Su argumento siendo que el término de su presidencia estaba lejos
de terminarse y que el ejército dio un golpe de estado fáctico, que se trata de
disimular con la nominación de un presidente a.i., quien no había sido
promovido al puesto de jefe de la Corte Suprema más que 48 horas antes del ultimátum.
En efecto la aparente coincidencia de esta nominación, y el viraje del ejército
a poner un ultimátum al poder ejecutivo
ya de entrada es sospechoso de connivencia por parte de ambas alas para
derrocar a los Hermanos Musulmanes, que en gran medida habían caído en
desgracia para gran parte de la población cairota, que permanecía desde días
antes en la plaza, sin ánimo de ceder a las presiones del poder presidencial.
Las andanzas del gobierno Mursi no estuvieron excentas de
contradicciones y excesos en algunos aspectos. En primer lugar la ratificación
de la constitución fue un tanto problemática por la baja participación que
tuvo, y por ello la credibilidad derivada era un poco dudosa, cuando los mismos
Hermanos Musulmanes fueron los que en gran medida la forjaron desde su posición
privilegiada en el ahora disuelto
parlamento egipcio. La adjudicación de poderes de infalibilidad por parte de
Mursi, similiar a la del papa mismo, que no podría ser revisada ni por el
legislativo no por el parlamento, dieron un aire de autoritarismo a Mursi, el
cual siempre se defendía de la necesidad de tal medida, ante los peligros que
se enfrentaba la revolución. La presión de la calle hizo retroceder a Mursi de
su propósito, al ver que no lograba calmar los ánimos.
Las medidas económicas buscadas por los mismos en el ámbito
internacional fueron también interesantes como mínimo. El que el FMI les
concediera una línea de crédito le costó muchos meses de negociación difícil,
las entradas del turismo fueron siempre bajas, dado que esta rama no se ha
recuperado de la crisis a raíz de la caída de rais en 2011. Los casos de inseguridad, de violencia sectaria ya
entonces estaba en el aire, dado que los opositores a Mursi y su partido
político no se vieron representados en el proyecto político particular, que
tenía ciertamente tonos muy
islamisantes, cuando el país tiene un 10% de coptos cristianos, y muchos no son
musulmanes practicantes, aún cuando es la religión dominante en gran medida.
Meter estos términos exclusivamente musulmanes fue considerado un tanto
excesivo por una parte de la sociedad egipcia.
Ahora que Mursi ya es presidente depuesto, y que los
Hermanos Musulmanes están excluidos de toda participación política y que el
gobierno a.i. de Mansour intenta calmar las aguas turbulentas del país, el
ejército tiene una gran responsabilidad en los sucesos ocurridos. Entra aquí el
debate no muy claro, si se trató de un golpe
de estado, o de una revolución popular. En cierto modo el actuar del mismo
Al-Sisi en la política directamente ya daba un grado de injerencia no antes
visto. Luego es cierto que la economía egipcia depende en gran medida de éste
grupo, quien es el propietario de mucha infraestructura del país, y que reciben
unos honorarios por parte de EE.UU. que los pone entre los primeros receptores
en el concepto de ayuda militar en la región, con Israel y Turquía.
Fue por lo tanto un golpe, que fue bien visto por una
importante parte de la sociedad, pero no su entera parte. El país está dividido
ahora más que nunca entre los pro-y anti-morsi, el país en una dictadura militar
y bajo un gobierno interino con reconocimiento dudoso y la economía basada en
gran medida en el turismo no ve la recuperación necesaria, debido a la mala
prensa que causó todo el tiempo turbulento de los dos últimos años.
La responsabilidad de Mohammed Mursi por lo tanto existe,
como la de su formación política, que por mucho tiempo fue clandestina. Ahora
pasó una vez más a ese estatus, al menos
que algo cambié a corto plazo. Sus errores no fueron ni secundarios, este
descenso al infierno fue paulatino y gradual, y nunca pensaron que serían
apartados con tal rapidez, tan sólo un año y pico de su subida al poder tan
ansiado. Luego también es cierto que para algunos aquí se trató de una secunda
revolución, de una rectificación del curso, y necesariamente la llegada de la
situación definitiva. No obstante a falta
de estabilidad política los negocios van a esperar en volver al país de
las pirámides, que desde siempre ha sabido sacar provecho de su inmenso patrimonio
arqueológico y arquitectónico.
Hasta entonces los egipcios seguirán luchando
por ver vencer su facción, en esta situación que pronto podría denominarse un
caos post-golpista de tipo sectario. Si no se encuentra pronto un poder
mínimamente representativo, este caos significará no sólo a la economía una
crisis sin igual, sino que en situación de dictadura militar. La ayuda de
EE.UU. tendrá que ser reconsiderada, al menos que Barack Obama cierre un ojo
sobre este asunto y continúe su ayuda pese a la inconsistencia constitucional
reinante en el país.
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