jueves, 10 de febrero de 2011

El asedio del parlamento egipcio por los manifestantes o la teoría del domino aplicada al mundo árabe

La ola de protestas lejos de desgastarse ha visto como su número de participantes incrementa con el paso del tiempo. Después de 17 días consecutivos nada parece dicho aún. En la plaza de la Liberación (Tahrir) la concentración es más fuerte que en cualquier otro día pasado. Además que ahora también el parlamento ha sido tomado por la gente. Las fuerzas del orden no han podido impedir que el recinto parlamentario se vea asediado por los manifestantes, que han impedido el acceso a él a sus representantes. El gobierno ha cambiado de todo súbitamente ante estos desarrollos. El Vicepresidente Omar Suleiman ha pasado del discurso de apertura a la la amenaza, declarando que si la sociedad egipcia no colabora con las discusiones actuales propuestas por el gobierno, éste se vería obligado o a un golpe de estado o a la vuelta de la represión. Por lo visto las interpretaciones diferentes de hasta donde llega la voluntad del régimen de Mubarak son claras. No habrá para el poder una dimisión inmediata, sino una "transición" progresiva, donde no habrá sitio para el caos o una la anarquía.

La relativa normalización que pretendió el gobierno tras el inicio de la segunda semana de protestas, y el inicio de discusiones con la hermandad musulmana querían quitarle vigencia al movimiento contestatario, o al menos dividirlo. Este objetivo con toda evidencia no ha sido alcanzado. Lejos de ello, se ha masificado en la provincia, donde hasta entonces no había no la más menos presencia de protestas, en el sur del país. La policía ha tirado balas reales a la masa, provocando un muerto al menos y varios heridos. En el canal de Suez los trabajadores portuarios han depuesto su trabajo, paralizando el comercio transoceánico. En Alejandría a su vez la contestación y paralización de la vida económica persigue su curso, causando pérdidas grandes a la economía del país, fuertemente dependiente del turismo y del comercio a través del canal de Suez.

La secretaria de estado de EE.UU., Hillary Clinton se ha visto fuertemente presionada por varios países árabes, e Israel, a mantener el apoyo a Mubarak, por el la estabilidad de la región entera. Esto concierne ante todo a Israel, que ve con muy mal ojo los sucesos de Egipto, vecino directo, y socio de primer nivel para el estado hebréo. De hecho el suministro de gas egipcio a través de los gasoductos hacía Jordania e Israel se ha visto interrumpido por el sabotaje en los últimos días. La questión de la seguridad se está convirtiendo en crucial para el estado cruzado, que ve en la ira árabe una amenaza incontenible y ciertamente desconcertante. La Autoridad Palestina por su lado ha tomado posturas muy conservadoras en ese sentido. Ha dado su pleno apoyo a Mubarak, en calidad de garante de la paz en Medio Oriente y aliado imprescindible. En Cisjordania el partido Al Fatah ha prohibido toda manifestación pro-egipcia, en pos de la neutralidad de Palestina ante el "pueblo hermano".

Si esta ola de protesta llegara a contagiarse a los países del golfo por ejemplo, donde se hallan grandes reservas de petróleo estratégicas a la economía mundial, y que el sabotaje y la contestación panárabe perjudicaran a largo plazo el suministro de combustible tanto a Europa occidental o EE.UU., el escenario se convertiría realmente catastrófico, combinando los efectos de la crisis del petróleo del año 1973 con un cambio de facto del status quo no solo en Medio Oriente, sino en la península arábiga.

Estas líneas un tanto proféticas e hipotéticas nos dan una idea de lo que un verdadero renacimiento panárabe conllevaría. Más cerca del presente y de la realidad política actual, las monarquías árabes en general tienen dificultades reales para no perder su credibilidad. La necesidad de hacer concesiones, para conservar el control de la situación ha creado un abismo entre los gobernantes y gobernados, que si bien había existido en el pasado, ahora se hace cada vez más evidente. No importa la bandera del régimen, si es "república" o "monarquía", o si se trata de Siria o de Arabia Saudíta, estamos siendo testigos de un sentimiento supranacional, que confunde estas connotaciones, y busca el objetivo de cambiar realmente la configuración de la región, que desde la descomposición del antiguo Imperio Otomano, ha pasado a ser feudo de la política colonial europea, británica y francesa en particular. Posteriormente ha visto como los EE.UU. han venido ha contribuir con su influencia mediterránea una tutela absoluta sobre la gran mayoría de los regímenes existentes.

Esta puede ser la hora histórica del panarabismo, tantas veces mencionado, prostituido en vistas de una hipotética unión árabe, que se solidariza con el pueblo palestino, pero que en la realidad prefiere la existencia de facto de un estado hebreo contra-natura en la región, que unos pueblos verdaderas aspiraciones revolucionarias. Toda la construcción geopolítica depende en gran medida de la estabilidad de Egipto, como también de la existencia de un estado de Israel omnipotente. ¿Y si un eslabón de la cadena se rompiese, aplicaría entonces la dichosa teoría del domino al mundo árabe? ¿Y de ser así, acaso sería este un cambio de grande escala que podría poner en entredicho la supremacía de EE.UU. y de Europa en Medio Oriente? Esperemos a ver la tenacidad del pueblo egipcio, como también del régimen de Mubarak, aferrado al poder, como a un clavo caliente. Más temprano que tarde algo tendrá que ceder, y cuando venga la gran ola, nada volverá a ser como antes.

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