lunes, 19 de agosto de 2013

La propuesta de reforma energética de Peña Nieto o la irresistible tentación del PRI de privatizar PEMEX

El debate en México está en pleno desarrollo, con la reforma energética presentada por el presidente mexicano Enrique Peña Nieto el pasado 12 de agosto del 2013. En su propuesta de ley, se pretende modificar dos artículos constitucionales, el 27 y el 28, siendo relevante ésta sobre todo en el sector petrolero y gasífero. En otras palabras lo que aquí se trata es de abrir la empresa paraestatal Petróleos de México (PEMEX) a la iniciativa privada, algo que queda explícitamente vetado en los antes mencionados artículos. Sin ser excesivamente detallista, la propuesta legalizaría un nuevo tipo de gestión de los recursos del país, que permitiría  compartir las utilidades del petróleo con inversionistas extranjeros. En esta también se determina que las diferentes actividades relacionadas tanto con la generación de electricidad, la refinación, explotación, exploración y distribución de petróleo y gas. Sin embargo la propiedad de estos recursos formalmente no quedaría tocada en modo alguno.

Enseguida los diferentes partidos así como la sociedad en su conjunto reaccionaron ante esta iniciativa, que no viene por primera vez, pues es sabido que  por al menos los últimos 20 años se ha estado buscando por diferentes medios tocar este rubro tan polémico en la sociedad en general mexicana. La gestión actual de PEMEX, como también de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) vuelve a la primera plana con el debate. La existencia de facto de accionistas en las diferentes áreas de PEMEX, dividida a su vez en cuatro organismos subsidiarios, Pemex Exploración y Producción,  Refinación,  Gas y Petroquímica Básica y Petroquímica, no resulta una novedad en sí, pues desde 1960 se permite la participación en sus actividades a particulares, séase en gasoductos y oleoductos, en la distribución y venta, mediante licitación de las gasolineras entre otros. Muchas actividades, las cuales no están al alcance de la paraestatal, son llevadas a cabo por la iniciativa privada desde hace décadas, sin que ello comprometiera la soberanía de la misma sobre los recursos.

La necesidad de exploración, operación de alto coste y riesgo, sobre todo en zonas más profundas del golfo de México, suponen tener a la mano tecnología que está en manos en empresas europeas o estadounidenses, al menos las que se contemplan en este caso. Para tener garantizada su participación en esto, hace falta con toda evidencia, presentar algo a cambio, si no es que de por sí se tiene que pagar las licencias de las tecnologías patentadas y en uso por parte de la paraestatal. La falta evidente de esto ha llevado de hecho a un relativo agotamiento de las reservas constatadas del país, que han estado en declive desde décadas. Los pozos existentes siguen dando de sí, pero no se abren nuevos, incluso donde se sabe con certeza la existencia de crudo o gas. Esto es en gran parte por falta de presupuesto para ello, pese a la alta rentabilidad del crudo mexicano y los altos precios de mercado. La gran paradoja siendo que el gobierno federal se abastece mediante una fiscalización estricta, del 71% de los ingresos para las arcas públicas, representado en los presupuestos estatales nada menos de 30% aproximadamente. Por ello se puede prever que si en el caso de proceder, la reducción de los ingresos inmediatos a la hacienda mexicana tendrían un efecto importante. Se dice que con la entrada de nuevo capital, se puede dinamizar, sin embargo con tan sólo reducir la aportación fiscal, se podría disponer de este excedente en la brevedad.  Las contrapropuestas hechas tanto por el Partido Acción Nacional (PAN), y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), la primera mucho más radical, y la segunda opuesta en gran medida a la presentada por el ejecutivo, serán fruto de un arduo debate en el Senado de la República en los meses venideros. Entre las propuestas más destacadas estaría el cambiarle el régimen fiscal a Pemex hacia una empresa pública, ya no paraestatal, para así cambiarle su régimen de contribuyente, por parte del PRD, el PAN siendo más proclive a una privatización en toda forma.

La izquierda, tanto en el sistema parlamentario, como  la extra-parlamentaria se han pronunciado por una consulta ciudadana, acerca del tema, que sea vinculante, y así pueda esclarecer la voluntad popular, siendo que  si el pueblo mexicano es el detentor de su riqueza, que sea también él que decida por su gestión. Esta es la clave tal vez en el fondo del análisis. Primeramente, en el estado actual, Pemex tiene un altísimo costo operativo, parte debido a los altos salarios de las dirigencias, de la corrupción interna, tanto en las licitaciones, como en los sobresueldos. La gestión siendo prerrogativa del gobierno federal, pone y quita los directivos. Estas decisiones, que son meramente políticas, podrían pasar por filtros más transparentes, y donde se tenga que rendir cuentas de la gestión pasada. EL sindicato de trabajadores de Pemex, desde décadas se presenta como un foco de clientelismo en el seno de la empresa, bajo el liderazgo de Carlos Romero Deschamps desde el 1996, no ha contribuido exactamente en el buen desempeño de sus actividades, si bien si ha servido en mantener una disciplina para con el gobierno, por parte del sector trabajador.

El cambiar de modelo de operación, como de fiscalización supondría un gran labor de normativización nueva, de reubicación de puestos, y probablemente sería el aspecto más beneficioso del paquete, en una estructura un tanto fosilizada. Menos ingresos, más repartidos solo pueden acrecentar las deudas contraídas en el pasado, cuando el endeudamiento fue y ha sido el remedio de última instancia para poder seguir operando. Es así como la deuda de Pemex creció recientemente en 3 mil millones de dólares ee.uu. ,por encima de los 60,500 mil millones de dólares registrados al cierre del 2012.Esto y el estado crónico de refinanciamiento podrían en algún momento hacerse detener el chorro de liquidez al estado mexicano, como afectar la viabilidad de la misma empresa a mediano plazo. Visto esto, queda claro que quedarse en el modus operandi actual es probablemente lo más desventajoso. Sin embargo vender las joyas de la corona tampoco aliviaría el problema estructural en sí, sino serviría con gran probabilidad como cortina de humo para el presidente Peña para una agenda paralela.

El gobierno mexicano, que se apoya hasta el día de hoy se apoya sobre el Pacto de México,  tendrá que revisar a sus aliados, si  quiere hacer pasar una reforma de esta calandre. El apoyo tácito del  PAN y del Partido Verde  Ecologista Mexicano (PVEM) podrían hacer pasar la reforma en el Senado, pero la elaboración de la legislación secundaria sería en este caso lo elemental. Ahí se podrán determinar el cómo y qué de la reforma. Sin entrar verdaderamente en el fondo de la cuestión, Peña quiere hacer pasar el cascarón de una reforma, sin revelar nada más de lo esencial, cuando en realidad es ahí donde la discusión debería de centrarse.  

Si el pacto de México se quiebra por la reforma energética, es porque al PRI ya le habrá servido suficiente para sus propósitos. Si sus planes de levantar la economía mediante una política de reformas activa fueran a convertirse en realidad, estaría por verse, si los inversionistas también demuestran la voluntad de entrar en el asunto, o dicho de otra forma, si las garantías y seguridades jurídicas convencen a la comunidad empresarial internacional. Pues con una concesión tan simbólica como la de la compartir utilidades, tal vez sea algo convincente en México, pero lo que el inversionista quiere ver, es la transferencia de la titularidad de los recursos, todas las garantías jurídicas relativas y cero riesgos,  además de un nivel de fiscalización simbólico a inexistente. Estas condiciones, en parte ya vigentes en otras áreas, como la minería ha demostrado ser absolutamente ineficaces en cuanto a las recaídas en la economía local, pues pagando los pocos impuestos, o ni siquiera, riqueza sale del país sin dejar rastro alguno. Esto podría ser válido también en Pemex en un futuro.

La bola de nieve está encaminada, y será el tema fetiche, al menos por un rato, en el espectro político, nacional, social, y en mucho si  no todos los sectores de la sociedad. Es cierto pues que la expropiación petrolera emprendida en el 1938 es un ícono en México, y un sentido casi patriótico, cuando en el extranjero se ve como uno de los regímenes más cerrados de un país petrolero, en toda la escena de los países productores. Tantos modelos productivos, desde el venezolano de PDVSA, pasando por el mixto de Petrobras en Brasil, o YPF en Argentina, ex Repsol-YPF, pueden ser un marco de referencia para toda comparación y experiencia análoga.

Lo cierto es que de tocarse el tema, y ser aprobado, la reacción popular será más importante de lo que el gobierno quiere pensar. La izquierda, institucional como extra-parlamentaria se reactivará en consecuencia, y tal vez, estemos saliendo del espíritu del Pacto por México, de esterilidad en la forma de gobernar, dentro de este oxímoron de gobierno sin verdadera oposición, ni oposición parlametaria digna de dicho nombre. Ahora sí, o se sacude la izquierda en defensa del petróleo, o en efecto Andrés Manuel López Obrador, viejo lobo de la política mexicana, sacará provecho para salir de la sombra, y renovarse, ahora si con MORENA, y terminar por descalificar al PRD por completo.


Este cuento de no terminar, nos puede sorprender mucho más, y ser un punto de inflexión en el sexenio de Peña Nieto. Por ahora quedarán las dudas siguientes: ¿Seguirá el pacto contra-natura por mucho tiempo más, la calle se hará oír, como en episodios recientes también, será capaz Peña de remover lo inamovible dentro de Pemex sin perder con ello su credibilidad? 

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