El
escenario de guerra entre EE.UU. e Irán se acerca. Las amenazas de
guerra proliferan entre ambos países, mientras que los países “occidentales” o
aliados de la nación persa se posicionan cada de forma más clara en su campo.
La cuestión estratégica siendo una vez más el cada vez más conocido estrecho de Ormuz. Cuando los
dos principales portaaviones estadounidenses han dejado atrás el Golfo Pérsico
y se encuentran en el mar de Omán, altos dirigentes de la cúpula iraní
declararon que no ven la necesidad de estos de volver a su base en la nación
insular de Bahréin, donde de costumbre se encuentran en el cuadro de la V Flota
de EE.UU.
Mientras
que las sanciones económicas contra Irán por parte de EE.UU. y de la Unión
Europea se van ampliando, llegando incluso al hipotético embargo de crudo
iraní, los precios del barril subieron debido a la incertidumbre que crea la
hipótesis de un cierre de la puerta de acceso del Golfo Pérsico. Las
argumentaciones del campo “occidental” son de la necesidad de presencia, justificado
en que lo llevan haciendo por décadas, y que además el respeto de tránsito de estrechos tan
estratégicos, es la garantía de la “prosperidad global”. Sin embargo ni una
palabra de la política de confrontación
basada en las sanciones económicas a Teherán, las cuales sin duda no son
basadas en una reciprocidad entre
naciones.
El
argumento archiconocido de la política armamentística de Irán en base del
último informe de la IAEA (Agencia Internacional de Energía Atómica), y una voluntad unilateral de presionar a los
iraníes han llevado a un forcejeo, que en cualquier momento parece llevar a una
confrontación en aguas iraníes entre un buque de guerra estadounidense en
tránsito con la guardia revolucionaria,
la cual encargada de vigilar y proteger sus aguas territoriales, en estas
alturas estudia la posibilidad de poner minas en el paso estratégico. No
obstante hasta ahora no se ha producido ninguna
ruptura formal entre Irán y la mal llamada “comunidad internacional”. Es
cierto que el tono subió considerablemente en estas semanas, donde el portavoz del Pentágono, George Little ha declarado en repetidas veces la bien
conocida postura estadounidense.
El
juego geoestratégico no parece menor. El 40% del tráfico mundial y el 33% del crudo consumido en el mundo
pasa por aquí. A su vez Irán es el cuarto en la lista mundial por sus reservas
comprobadas de petróleo. No obstante el relativo aislamiento que lleva desde al
menos una década por las sanciones económicas, y la creciente dificultad del
régimen de conseguir divisa extranjera ha llevado a que su presidente Mahmoud
Ahmadinejad se haya propuesto una creciente alianza con países emergentes del
Sur para compensar las pérdidas de mercados que supondría no exportar más a la
Unión Europea o a Estados Unidos.
El
temor de un enfrentamiento bélico sería en un caso hipotético un casus belli en
el corazón de la producción mayor del
petróleo, combustible más necesario que nunca en una economía global,
donde los países considerados desarrollados
se encuentran en recesión. Un choque de ésta naturaleza podría por lo
tanto asentarle un golpe tan grueso, que posiblemente podría acelerar la
desclasificación de EE.UU. o de la Unión Europea en el ranking mundial. Por el
otro lado pondría en primer lugar los
que hasta ahora siempre han sido considerados “emergentes”. La historia de la
dominación eurocéntrica llega al declive
final, mientras que se busca pleitos con
el lugarteniente de la puerta del Golfo Pérsico. A su vez la confrontación
también podría acelerar el tan estancado proceso de paz del Medio Oriente, en
la forma que Israel viera sus posiciones geoestratégicas tan comprometidas, que
tendría que pasar a la ofensiva, siendo una vez más el pueblo palestino los que
pagarían la factura final.
Por
alguna razón la arrogancia europea no se ha difuminado en lo más mínimo, aunque
en su corazón económico se sabe que se está
cociendo una coyuntura de
desintegración gradual de las economías integrantes del euro, las cuales son testigos de una pérdida
del control de los factores económicos. Las viejas recetas ya no parecen servir
en demasía. Todo el contrario, los recortes que se buscan en las periferias de
la moneda común son tan contraproducentes como catalizadores de un creciente
malestar en la población en general que ve como el estado de bienestar tan
preciado y presumido se desvanece frente
a ellos.
Ya
vendrán tiempos donde estas premisas tan vigentes todavía, serán líneas en los
libros de historia, y Europa vieja será un museo de sí misma. Se verá en ella
lo que en el siglo XX fue la dominación
absoluta y perfecta de los recursos que nunca poseía, pero si administraba. Los
ejes ideológicos están cambiando rápidamente,
y si los gobernantes no se asoman un poco de lo que promete la nueva
era, la que será la que sigua después de lo que llamaremos la “Gran recesión”
en un futuro, no demostrarán su calidad de estadistas predilectos. Nada menos
extraño, que un tecnócrata siempre lo será, y nunca llegará al gobernante
electo y con la perspicacia que lo caracteriza. Por algo manzanas son manzanas
y peras son peras.
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